He evitado hasta el momento el polemizar públicamente acerca de mis escritos. A decir verdad, le he escapado a la discusión incluso en ambientes privados. Con tantos enemigos rodeando la posición, no tenía mucho sentido debatir con quienes pensamos más cercanos a nuestros intereses.
Sin embargo, creo oportuno profundizar mi pensamiento respecto a un escrito que generó algunas controversias que se mantienen, con diferentes matices, hasta el presente. Y me refiero puntualmente al titulado “Testimonio de un Combatiente Enemigo”, cuyo contenido puede observarse en la siguiente dirección de Internet: http://afyappa.blogspot.com/2009/06/testimonio-de-un-combatiente-enemigo.html.
Y lo creo oportuno porque la pacificación nacional es el único camino posible para no perpetuar el conflicto a las generaciones del futuro. Y esto requiere de mucha grandeza de alma que posibilite encontrarnos con el otro… y para que ese encuentro sea factible, resulta imprescindible una alta dosis de comprensión. Comprensión que no implica justificar, ni compartir, pero que significa aceptar que también el otro pudo haberse equivocado. Para ello también es esencial aceptar que el mundo se construye de muchos matices, donde las escalas de grises constituyen la norma. Si pensamos el mundo en blanco y negro, corremos el riesgo de caer en un fundamentalismo que impida el resurgimiento de la paz social.
Quien escribe este testimonio no tiene la autoridad moral para levantar el dedo acusador. Habrá otros que podrán o pensarán que pueden hacerlo. No es mi caso. El “Fuimos Todos” del Tata Yofre retumba en mi conciencia. A pesar de no haber vivido los 70, siento en mi vida los mismos demonios que hicieron enloquecer a la generación de los 70. El azar quiso que yo no fuera Luis Labraña, pero pude haberlo sido… y este polémico testimonio pretende simplemente demostrar el porqué no puedo, ni quiero tirar la primera piedra. Luis Labraña abrió la huella… yo tomo el testimonio y continúo la senda… tal vez algún día, se convierta en el camino de la pacificación nacional.
Nací en el seno de una familia humilde, perteneciente a la clase trabajadora argentina. A mis trece años, en las vacaciones del verano, comencé mi vida laboral en una fábrica de alfajores. Mi jornada laboral se iniciaba a las 6 de la mañana y se prolongaba hasta las 20 horas. Hacía muchas horas extras. Necesitaba comprarme todo lo necesario para iniciar el Liceo Militar y mis padres no podían pagarlo. Crecí en ese ambiente y en esa cultura, donde el trabajo dignificaba y el progreso resultaba posible cuando una familia asumía el sacrificio. Pero no todo era color de rosa.
Se vivían muchas injusticias y muchos abusos. Pude ver familias destruidas por empresarios inescrupulosos y degradaciones morales producto de la falta de educación. Pude apreciar de cerca la necesidad y los problemas que se derivan de la misma. Y pude sentir en la ebullición de mi sangre la indignación producida por las injusticias sociales.
Gracias al cielo, aparecieron en mi vida referentes que me enseñaron a canalizar mis ímpetus juveniles. Si en lugar hombres prudentes hubieran surgido iluminados de la violencia, sólo Dios sabe donde hubiera terminado. El azar o la Divina Providencia quisieron que mi sensibilidad social y mi odio a la injusticia se canalizaran en obras de caridad… pero la historia bien pudo haber sido otra. Y Luis Labraña, en lugar de combatiente enemigo, hubiera sido quizás mi compañero de ruta.
Pero aquel terrorista tomó las armas en contra del pueblo argentino, reclamará el mundo en blanco y negro. Y esta aseveración constituye una verdad, no cabe ninguna duda. Pero quiero compartir con ustedes una infidencia muy poco conocida.
El 3 de diciembre de 1990 se llevó a cabo el cuarto y último de los levantamientos militares bautizados históricamente con el nombre de carapintadas. Fue el menos popular de los alzamientos. Se podría decir que este ya no tenía la legitimidad proporcionada por el apoyo uniformado. La ideología política se mezclaba con los reclamos compartidos y la mayoría castrense le dio legítimamente la espalda.
Si embargo, el entonces Teniente Pedro Rafael Mercado estaba totalmente convencido de que no había otra solución. El “liberalismo apátrida y corrupto” se enseñoreaba en la corte menemista y este soldado, amante de la patria, no quería ser un cómplice de la entrega de la nación. Por eso, de la mano de un superior comprometido con el levantamiento, con un grupo de cuadros asumió el compromiso de evitar que, desde el aeropuerto de la guarnición, saliera algún avión de transporte de cuadros, con la función de reprimir a nuestros camaradas sublevados. Y el modo de acción era terroríficamente claro: si algún avión intentaba despegar, nuestro grupo tenía que evitarlo utilizando los morteros 81 mm desde posiciones de fuego ya reconocidas.
Y debo confesar que no hubiera dudado un segundo en cumplir la orden de fuego. Aunque de la misma se derivaran muertos y heridos de personal de mi propia institución. Tal vez algún compañero y amigo… pero nada importaba… había que defender la dignidad de las fuerzas armadas… lo importante era el objetivo y cualquier medio era lícito si me conducía al fin propuesto. ¡Qué jóvenes, qué audaces, qué ignorantes, qué peligrosos! Diría Luis Labraña refiriéndose a sus compañeros de armas de los 70… y hago mía la misma reflexión… ¡Qué jóvenes, qué audaces, qué ignorantes, qué peligrosos fuimos algunos de los que usábamos uniforme en los 90!. Gracias a Dios, el alzamiento fracasó… y nunca recibí la orden de iniciar las operaciones en mi unidad.
El mundo en blanco y negro objetará entonces que Luis Labraña no creía en la democracia, ni en la república, ni en la Constitución Nacional… En este terreno, también debo confesar que no puedo levantar el dedo acusador. ¿Alguien de los 70 puede? Para quien escribe este testimonio, la república constituía un invento de la revolución francesa que atentaba contra la autoridad divina, la democracia era un instrumento al servicio de la revolución mundial y la Constitución Nacional, un remedo de la constitución norteamericana que se contraponía a nuestro ser nacional. Recuerdo que durante el gobierno de Alfonsín se impuso una medida polémica que obligaba a los militares a jurar la defensa de la Constitución Nacional. Quien esto suscribe, como muchos otros, no estaba de acuerdo, y encontré la forma para estar ausente de la formación donde se concretaba el mencionado juramento. Yo estaba dispuesto a jurar la defensa de mi patria, pero nunca lo haría por un librito impuesto por la estructura liberal masónica que se había adueñado de mi amado país.
No se asusten mis amigos y enemigos. No sigo pensando lo mismo. Fue precisamente esta dictadura kirchnerista la que terminó de enseñarme la importancia de la libertad. Pero yo no puedo acusarlo a mi amigo Luis… no puedo ser tan hipócrita ante quien se presenta con la verdad en los labios. Yo no creía en la democracia…
Por otra parte ¿Creían en ella los radicales y los conservadores que tantas veces acudieron a los cuarteles para reclamar la ejecución de golpes de estado contra sus enemigos políticos? ¿Eran realmente republicanos los peronistas de aquella época, que sentían una escondida simpatía por los regímenes autoritarios que surgían en Europa? ¿Y qué decir de la izquierda vegetariana, de la mano del Partido Comunista, que brindaba su apoyo al régimen videlista? Y los intelectuales de la época, con Sábato y Borges a la cabeza ¿Podrían llamarse a sí mismos defensores de la democracia? ¿Y los periodistas? ¿Y los sacerdotes? No seamos hipócritas… los montos no eran democráticos, ni mucho menos republicanos, de la misma forma que tampoco lo fueron muchos militares, políticos, periodistas, intelectuales, sacerdotes… etc, etc. El problema fundamental de los 70 estaba en la mentalidad de la sociedad argentina, que no escapaba a la locura que se estaba desatando en ese momento en el resto del planeta.
El mundo en blanco y negro continuará su razonamiento. Pero los Labraña nunca fueron soldados, ni combatientes, porque no pelearon de frente y acudieron a la traición, al terrorismo y a la guerrilla solapada. Frente a ellos, nuestros valerosos soldados salieron a cara descubierta para defender al pueblo argentino de la perfidia marxista.
¿Fue realmente así? Me pregunto y les pregunto a quienes vivieron la época. ¿Siempre ellos acudieron al nefasto terror y nosotros combatimos a cara descubierta? Lamento decepcionar a algunos, pero estoy totalmente convencido de que no fue así. ¿Significa esto que quien les habla levanta el dedo acusador contra quienes tuvieron que actuar solapadamente en los años 70?. De ninguna manera: para que quede claro, si yo hubiera vivido en los años de plomo, no tengo ninguna duda de que hubiera utilizado en el combate los mismos métodos que hoy nos atrevemos a cuestionar. Pero de la misma forma que no me rasgo las vestiduras por las acciones bélicas cumplimentadas por mis camaradas, tampoco soy tan hipócrita como para exigir al adversario el vestido inmaculado de la pureza.
Por favor, seamos serios y no nos mintamos a nosotros mismos. En los 70 el terrorismo justificaba sus acciones diciendo que estaban en una guerra popular y prolongada por la liberación nacional. Nosotros decíamos que no estábamos en guerra. Por nada del mundo queríamos darles a los guerrilleros el carácter de combatientes. Para nosotros eran delincuentes subversivos. En la época kirchnerista, nosotros justificamos nuestras acciones diciendo que todo se trató de una guerra y los que decían que fue una guerra ahora se presentan como víctimas del terrorismo de estado. Con medias verdades no llegaremos a ningún lado: por eso rescato el valor de Labraña: Para él lo sucedido se dio en el marco de una guerra, donde la naturaleza humana se mutó en bestia y donde todas las conductas deben ser analizadas en el contexto de esa violencia irracional.
Si bien no tolero la hipocresía de los mercaderes de la memoria, tampoco me simpatiza el mundo en blanco y negro de quienes se consideran a si mismos los inmaculados. Si no estoy dispuesto a aceptar la Historia Oficial II, con guerrilleros terroristas que se presentan al mundo como palomas mensajeras soñadoras de un mundo mejor, tampoco me atrapa la historia oficial I, donde fieros guerreros combatientes procuran aparecer en sociedad como derechos y humanos. Fuimos soldados, aseguran algunos guerrilleros enemigos… nosotros también lo fuimos y los vencimos en una terrible y sanguinaria guerra. Es hora de la verdad, porque como dijera Nuestro Señor, sólo la verdad os hará libres.
Se hizo un poco largo este testimonio… que seguramente me privará de los aplausos de muchas viejas amistades. Pero si un guerrillero montonero tuvo la valentía de presentarse como realmente era… este soldado no quiere mentirse a si mismo, ni engañar a la sociedad. Quisiera también que esta sociedad tan poco afecta a asumir sus culpas, dejara de mirar al costado y asuma de una vez y para siempre, su trágica responsabilidad en la locura de los 70. Donde no existieron blancos y negros, sino que la realidad nacional se tiñó de un gris en sus infinitas tonalidades.
Por todo lo expuesto, y a pesar de las críticas pasadas, presentes o futuras, reafirmo nuevamente: De un soldado a un soldado... Señor Luis Labraña... mi reconocimiento a su autenticidad... y mi compromiso a trabajar por su sueño: la construcción de una verdadera república para todos.
Mayor (R) EA Pedro Rafael Mercado
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