jueves, 30 de enero de 2014


Miércoles, 29 de enero de 2014

El Holocausto de Cristina Fernández, viuda de Kircher

Raúl lleva diez años preso. O más. Hace tanto tiempo, que la exactitud es lo de menos. 
Cuando era joven el gobierno argentino lo mandó a combatir el terrorismo. Cuando se hizo viejo, el gobierno argentino lo metió preso por haberle obedecido.


Por pedido de la familia, no es posible publicar la foto 



Sus jefes asumieron la responsabilidad. El Gobierno argentino dijo está bien, pero está mal.
Allí anda Raúl con sus huesos, de cárcel en cárcel. Mientras joven, Raúl sirvió al Estado y aportó para su obra social.  Y sigue aportando. Pero ahora que Raúl es viejo, el Estado le prohíbe atender sus huesos en la obra social a la que aporta todos los meses.

Raúl está confinado en una celda de dos por dos. No tiene espejo. Se mira en una lámina de radiografía que alguien le consiguió. Sus compañeros le dicen que lo ven muy delgado. El siente que le falta el aire. El estado que lo tiene preso no sabe qué hacer, lo tienen preso en un lugar que no tiene cobertura médica. Lo pesan, le sacan sangre, le escuchan los latidos. 

Creen que vive porque les parece que respira. La orden es que Raúl no se muera en el Penal. Así que el Estado aporta una ambulancia destartalada en horas de la madrugada y sube sus huesos sin aire.

Un hospital dice NO. Otro hospital dice: Tampoco. Un tercer hospital dice: Ni loco. Los huesos de Raúl tienen destino de muerte en la ambulancia destartalada.  Los que manejan saben bien que siempre es así: Los médicos a los que el Estado obliga a realizar abortos bajo pena de sumario, sí pueden negarse a atender a un preso político. 
Lo que natura non da, La Cámpora non presta.

Un último hospital dice: Está bien, pero un rato. Es el Hospital Fernández. Primero Terapia Intensiva y rápidamente una habitación común… allí Raúl se ve por primera vez frente a un espejo después de muchos años. No reconoce su cara. No reconoce sus huesos. No reconoce sus manos. No reconoce sus ojos. Se mira, apenas puede mantenerse en pie.
“Mirá como estoy, como en aquellas  fotos del holocausto” susurra Raúl al oído de su hija, que llora sin poder llorar.

El director del hospital Fernández no quiere mucho empeño departe de los suyos,  no vaya a ser que terminen siendo los culpables de salvarle la vida a los huesos del perseguido.

Verdugo el Estado aquél que envió a Raúl a combatir. Verdugo el Estado éste, que lo condena por haberle obedecido.. Verdugo el gobierno actual, que ha implementado un plan para aniquilar a los presos políticos de Argentina, que atestan los penales federales.

Los presos políticos del gobierno kirchnerista no son uno ni dos ni tres. Son miles. Son viejos, están enfermos, amputados, en sillas de ruedas, con respiradores, a media habla… son miles de presos políticos gritando agonía desde el silencio de las cárceles federales de Argentina.

El gobierno que se anunció derecho y humano, terminó siendo Hitler. Ironía.

Los huesos casi sin piel de Raúl, son expulsados del hospital y vuelven a otro penal federal. Sus pertenencias NO. Es el castigo por haber sobrevivido.

Vuelve a un penal donde no es posible atender ni siquiera un ataque de vesícula.

Tal vez Raúl muera allí, gritando agonía en el silencio de todos nosotros que sabemos y callamos. En el silencio cómplice de una prensa que prefiere publicidad, antes que decir la verdad. En el silencio complaciente de una clase dirigente que teme represalias del gobierno Hitler.

Y un día de éstos, también nosotros nos miraremos al espejo, y como Raúl, no nos reconoceremos como sociedad, ni como país… ni como hermanos.
Ese día, gracias a todos nuestros silencios, el gobierno Hitler de Cristina habrá ganado para siempre.