Editorial II del Diario la Nación (Edición Impresa) publicado el 06/07/09.
En las últimas décadas, el terrorismo ha intensificado su violencia en distintos rincones del mundo. Como consecuencia de ello, los civiles inocentes siguen siendo blanco preferido de su accionar, pese a que el derecho humanitario internacional les asegura, desde 1949, una amplia protección legal. Pero hasta ahora, la comunidad internacional no ha podido hacer efectiva esa protección.
La creación del Tribunal Penal Internacional y su labor en los últimos años ha abierto, sin embargo, una suerte de ventana a la esperanza de que la situación se corrija.
Los terroristas asesinaron, hirieron y secuestraron a cientos de miles de personas, y hoy lo siguen haciendo. En su enorme mayoría, sus víctimas son seres humanos que poco y nada tienen que ver con el conflicto y que resultan asesinados, lesionados o secuestrados en forma despiadada y arbitraria por quienes procuran imponer una ideología, una religión, o una determinada forma de gobierno y no dudan en agredir con el propósito de llamar la atención, intimidar o debilitar a los gobiernos, a las autoridades.
Cuando acceden al poder o pueden aliarse con quienes lo ejercen, dejan caer en el olvido a sus víctimas y se empeñan en incidir en la opinión pública, en la educación y en la historia con una versión deformada y falsa de los hechos. Así, los verdugos, tan cobardes como implacables con quienes fueron sus víctimas inocentes, procuran aparecer luego como héroes o mártires ante la historia.
El 30 de mayo último tuvo lugar en Medellín, Colombia, el V Congreso Internacional de Víctimas del Terrorismo. La iniciativa de ese encuentro y de los dos que lo precedieron se originó en dos universidades, una colombiana y otra española, que consideraron que las casas de altos estudios no deben ocuparse solamente de las artes y de las ciencias, sino también de otras cuestiones que tienen que ver con el intercambio de ideas en la sociedad, la defensa y consolidación de valores, la solidaridad con las víctimas de la maldad humana, la expresión de la verdad histórica y la necesidad de justicia.
El congreso, abierto por el presidente de Colombia y clausurado por el de México, tuvo jornadas plenas de valiosos testimonios que demostraron la perfidia del terrorismo con prescindencia de sus pretendidos ideales, y reafirmaron el compromiso de la comunidad internacional en la lucha contra ese flagelo mediante la ley y la Justicia. Más de 1300 personas se acreditaron, contándose con la presencia de organizaciones no gubernamentales de la Argentina, Chile, Colombia, Francia, Egipto, los Estados Unidos, Irlanda del Norte, México y Ruanda.
Nuestro país estuvo representado por el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (Celtyv), que fue especialmente invitado. La entidad llevó la representación de la Federación Latinoamericana de Víctimas del Terrorismo. María Victoria y María Elvira Paz, hijas del ingeniero José María Paz, asesinado impunemente en Tucumán por los Montoneros en 1974, compartieron los paneles con otras víctimas de nuestra región, como la colombiana Clara Rojas, ex rehén de las FARC, y los chilenos Juan Pablo Letelier y Carmen Quintana, víctimas del terrorismo luego de la caída de Salvador Allende.
Las hermanas Paz recordaron los calvarios de hombres y mujeres argentinos cuyas vidas fueron brutalmente tronchadas por el terrorismo, como Argentino del Valle Larrabure, Humberto y María Cristina Viola, y Carlos Sacheri.
En una labor que aún no ha culminado, Celtyv ha identificado ya por lo menos 11.552 víctimas del terrorismo setentista, la enorme mayoría de las cuales no ha sido siquiera reconocida por el Estado en su carácter de víctimas. A ellos, más allá de las declamaciones oficiales, se les sigue negando injustamente todo, desde el derecho de la verdad hasta el de reparación.
Lo cierto es que así como no hay jamás justificativo alguno para los atentados y para los ataques terroristas, tampoco lo hay para que nuestra sociedad siga rodeando con un muro de silencio e indiferencia a quienes fueron víctimas inocentes del terrorismo de los años setenta, como si al no reconocer los crímenes que sufrieron, éstos pudieran desaparecer por arte de magia. La hora de corregir esta situación parece estar llegando.
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