viernes, 2 de abril de 2010

El Terrorismo y la Paz

Editorial I del Diario La Nación del día 02 de abril de 2010

La explosión de bombas en dos estaciones del metro de Moscú ha ocasionado unos 40 muertos y muchísimos más heridos. Pocos días después, un atentado similar en la ciudad de Kisliar, de la república federada rusa de Daguestán, mató a 12 personas.

Otra vez, como había sucedido en 1996, 1998, 2000, 2001 y 2004, el subterráneo que recorre a diario la capital rusa, con un movimiento de nueve millones de personas, ha sido el objetivo del movimiento terrorista de naturaleza islámica que anida en el Cáucaso. El terrorismo sabe dónde producir su daño, y el mismo tipo de terrorismo islámico es el que también ha castigado a Daguestán.

Dolor y repulsa son los sentimientos dominantes frente a estos hechos atroces. La muerte de inocentes, de gente de todas las edades, géneros y etnias, alcanzada por la violencia más cruel, debe necesariamente producir el rechazo de cuanto hombre y mujer dispongan de un mínimo de razón y piedad.

Difícil es comprender que el terrorismo cuente en todo el mundo con cómplices de toda laya. La organización ETA, que desde comienzos de los años setenta ha sido responsable de más de 800 muertes en España, sólo ha sido puesta en el estado de dispersión del que hoy se habla desde el momento en que Francia se dispuso a actuar en conjunción verdadera con el gobierno español.

Véase el drama de Colombia, donde a pesar de todos los retrocesos de la banda criminal conocida como FARC, el gobierno de Uribe ha debido estos días participar de un canje de prisioneros.

Entre Venezuela con Chávez y Ecuador con Correa, Colombia se debate, y con bastante eficacia, ante la incomprensión de países de la región y la dudosa moralidad en esta materia, de gobernantes que llevan el estigma de una deplorable connivencia con la dictadura castrista.

Hay causas ganadas. Irlanda del Norte ha conseguido superar el largo y feroz enfrentamiento entre las facciones más fundamentalistas del catolicismo, por un lado, y el protestantismo, por el otro. Uruguay, por su parte, cuenta con un presidente que pasó más de una década en la cárcel como consecuencia de su militancia en un grupo tan violento como Tupamaros. Hoy, sin embargo, el presidente Mujica reafirma la política de su antecesor y correligionario en el Frente Amplio, Tabaré Vázquez, de diálogo democrático. Es más aun: Mujica alza su voz contra la venganza política y el encarcelamiento de militares octogenarios.

Las dos mujeres suicidas que produjeron en Moscú la orgía sangrienta que conmueve al mundo, y sus dos camaradas que actuaron en Kisliar han sido el cruel recordatorio de todas las fuerzas que acechan día tras día la paz interna de innumerables países.

Después de los últimos atentados, Vladimir Putin ha hablado como no pocos de los gobernantes civiles y militares de la Argentina de los años setenta y, acaso, con menos eufemismo: "Los terroristas serán destruidos, son simplemente fieras. Los encontraremos y exterminaremos a todos".

Son palabras que no se compadecen con el estilo con el cual se defienden hoy en muchas partes los derechos humanos. Tampoco Putin, que tanto ha hecho recordar a los argentinos el decreto del gobierno de Isabel Perón de que debía "aniquilarse" la subversión, ha hecho esfuerzos por ponerse del lado de la doctrina dominante en el derecho internacional.

Frente a la irracionalidad del terrorismo y a las pasiones por momentos incontenibles de furia que desencadena, debe hacerse un espacio para el reclamo de paz y justicia.

Una semana de reflexión religiosa en los países de fuertes tradiciones cristianas como la Argentina constituye una oportunidad apropiada para repensar el viejo drama del terrorismo y de su represión y para afirmar la autoridad moral de quienes exigen que, si hay castigo por tiempo indefinido a raíz del ejercicio de la violencia, no pueden quedar excluidos los responsables de haberla desencadenado con crímenes a mansalva.

Con menos vueltas que Putin, el presidente de Uganda, Yoweri Museveni, acaba de decir que cuando encuentre a Joseph Kony, líder del Ejército de Resistencia del Señor, habrá de colgarlo.

Demos gracias que, a pesar de todos nuestros males, estemos libres de ese lenguaje y de personajes como el enloquecido bandolero a quien persigue el tribunal internacional de La Haya por haberse apoderado de más de 20.000 niños, a los que introdujo por la fuerza en su ejército de forajidos, sin contar los delitos de lesa humanidad que se le imputan.

Hagamos esta semana de la cristiandad votos por la paz, por la condena del terrorismo y contra la utilización subalterna de los derechos humanos. Será una manera de identificarnos con la voluntad de que la reconciliación hermane al fin a una sociedad argentina que nos negamos a ver desunida.

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