En los últimos años he recibido varias cartas de hijos de héroes presos. Los llamo así porque si hay algo que tengo en claro es que, sin las acciones de quienes hoy están presos, Argentina sería Cuba desde los años 70. Ellos ganaron la guerra en el campo de las armas. Los responsables políticos la perdieron políticamente. Por culpa, o por error, o por falta de adecuada formación política. No soy quien se arriesgue a leer en sus conciencias. Lo hará Dios. En cuanto al juicio que merecen sus acciones de gobierno y los resultados de dichas acciones, es competencia de los historiadores. Baste, ahora, tener grabado a fuego, esta verdad: sin el sacrificio de nuestros combatientes, Argentina se hubiera convertido, irremisiblemente, en una Cuba en aquellos dramáticos años.
Es notable una coincidencia: los que se mueven, los que escriben, los que actúan, son los más jóvenes. Sus padres eran muy jóvenes en los 70. Fueron los que se enfrentaron cara a cara con el enemigo, en el monte o en los centros urbanos. Es notable en estos muchachos y chicas ver como el orgullo por sus padres trasciende su dolor. Los entiendo. Fui hija de un preso político a los 14 años. Después lo sería de un muerto que cayó por Dios y por la Patria. Recuerdo mi primera visita a una cárcel común. Villa Devoto. Eran tiempos como estos en que se ordenaba a los guardias un trato vejatorio a los familiares. Tiempos de persecución religiosa, quema de templos, Satan dans la citté. Desde mis 68 años miro hacia atrás y me doy cuenta de que si bien esa experiencia de los 14 me marcó demasiado fuerte, también es cierto que me preparó para otras experiencias más duras.
La soberbia es mala pero no lo es el orgullo bien habido. A ustedes, hijos de prisioneros de guerra, les corresponde llevar bien alto el orgullo de ser “fijosdalgos”, hijos de alguien. Esa es la certeza que los sostendrá en la vida. Son chicos con historia porque sus padres son parte de la historia de la Patria. Ellos hicieron de sus vidas un acto de servicio y de sacrificio. Ayer, se tutearon con la muerte y hoy asumen la prisión como un último acto de servicio. Quizás los entienda muy bien porque fui hija de un preso cuyo último acto de servicio fue la muerte.
Sigan unidos y enteros porque eso los hará más fuertes. Sus padres podrán estar tan orgullosos de ustedes como ustedes de ellos. Como la guerra sigue siendo la misma y el enemigo el mismo, me despido como solíamos hacerlo en nuestra militante juventud:
¡Por Dios y por la patria hasta que la muerte nos separe de la lucha!
Mará Lilia Genta
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