Acaba de terminar la proyección de la película “Desobediencia”, un film tendencioso que narra situaciones de guerra, donde soldados y cuadros de distinta jerarquía se niegan a obedecer órdenes presuntamente inmorales. El objetivo: profundizar el lavado de cerebros de los jóvenes cadetes. La película termina y un silencio sepulcral se respira en el salón.
Tratando de romper el hielo, con una sonrisa dibujada en su rostro, la Dra Garré toma la palabra y pregunta: -¿Acá nadie aplaude, como en los cines?.
-En el ámbito castrense esto no se acostumbra, fue la tajante respuesta de algún uniformado, iniciándose de esta manera un breve intercambio de ideas.
Un oficial jefe pide tomar la palabra y expresa con altura, con respeto y con mucha convicción lo que todos piensan: que independientemente del contenido, aquel no era el ámbito adecuado para pasar esa película; que los cadetes estaban formándose en la disciplina para operar en el marco de una guerra regular y que la película nada aportaba en esa dirección. En definitiva: que no servía para nada.
La ministro no terminaba de acomodarse a esta cachetada intelectual, cuando un bisoño cadete hace uso de la palabra, rematando el sentimiento generalizado: -“Si estos son los valores que pretenden imponerse para el nuevo ejército yo pido inmediatamente la baja”.
Y el salón estalló en un aplauso generalizado, que ponía en evidencia la magnitud del fracaso de la política oficial seguida por los neo-montoneros. Querían cambiar el alma del soldado... y el espíritu castrense permanecía inalterable. Dominando sus nervios, Nilda Garré, ya sin la sonrisa inicial, se preguntaba cómo era aquello de que en el ámbito castrense no se acostumbraba aplaudir.
Esta situación, nada novedosa por cierto, puede ser comparada con el “Operativo Dorrego”, desarrollado en el año 1973 por el Ejército Argentino y milicianos montoneros. Consistía éste en una operación de ayuda comunitaria donde soldados de San Martín y Belgrano, en conjunto con soldados de Firmenich y Bonasso, prestarían apoyo a poblaciones de la provincia de Buenos Aires que habían sufrido los efectos destructivos de las inundaciones.
Las intenciones de los mandos castrenses probablemente eran distintas a la de los dirigentes terroristas. Mientras los primeros aspiraban a lograr una cierta convivencia que les permitiera preservar la fuerza de mayores males en aquel período histórico -amén de los nunca ausentes intereses personales de algunos-, para los montoneros, el hecho significaba la oportunidad histórica de acercarse a los cuadros del ejército para inocularles el veneno de la ideología marxista. Habían tenido éxito en la marina, con Urien, y un puñado de oficiales subalternos... era el momento de hacer lo propio en el Ejército Argentino.
Pero el agua y el aceite nunca fueron buenos amantes. Los que se sabían tutores legítimos del monopolio de la fuerza no estaban dispuestos a compartir su tiempo, más allá del estrictamente obligatorio, con los que habían pasado a la historia asesinando a un general de la institución.
Y el operativo fue un absoluto fracaso, tanto para los mandos castrenses, como para los dirigentes terroristas. Fruto de aquel, el general Carcagno, Jefe de Estado mayor General del Ejército, y el artífice intelectual de aquel operativo, Coronel Jaime Cessio, terminaron abruptamente su carrera por orden del General Juan Domingo Perón, que no estaba dispuesto a mantener en la fuerza a nadie que tuviera relaciones carnales con sus enemigos dentro del movimiento.
Los montos tampoco lograron su cometido. Se fueron con la sensación de haber perdido el tiempo. Comprendieron que nada lograría cambiar el sustrato ideológico de esa institución. Pensaban que los generales elitistas eran los que conducían al ejército en contra de lo que ellos entendían por el campo popular... y descubrieron que eran los cuadros subalternos y los soldados conscriptos, los más férreos opositores a su utopía demencial.
El Operativo Dorrego de Cámpora–Carcagno del 73 y el nuevo Operativo Dorrego de Kirchner– Bendini del presente, han fracasado rotundamente por la oposición de los cuadros medios de la fuerza, donde realmente descansa el alma del soldado. Lo sucedido recientemente en el Colegio Militar y la actitud de los cuadros en el 73, ponen de manifiesto que la coquetería negociadora de las conducciones sólo consigue el repudio masivo de todos los sectores.
Es de esperar que los altos mandos actuales del Ejército Argentino hayan tomado nota de esta lección de la historia. Y a la hora de formular estrategias no dejen de lado las corazonadas de los cuadros medios de la institución, que menos comprometidos con las prebendas del poder, suelen estar más cerca de las verdaderas soluciones.
Lic Pedro Rafael Mercado
DNI: 18.046.597
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