Hoy no escribo como una ciudadana más, sino como una de las tantas víctimas de ese terrorismo cruel y sanguinario que asoló a nuestra nación en los años ‘70. Decidí dejar de callar y contar mi silenciado caso.
Mi padre, el coronel Oscar Bevione, fue muerto durante el gobierno constitucional peronista, el 5 de enero de 1975, bajo las armas del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo). Nuestra familia desde entonces tuvo que salir a flote como pudo, sin ayuda alguna y poniendo todo para mirar adelante y desarrollarnos sin odios ni rencores, tal como papá nos educó. Ninguna dictadura tenía lugar en aquellos días; sin embargo, las organizaciones guerrilleras embestían contra la sociedad argentina: militares, policías, empresarios, sindicalistas, niños, ancianos, profesores, periodistas, intelectuales y políticos.
Mi caso no es el único. Las organizaciones terroristas perpetraron 21.655 atentados entre 1969 y 1979, según datos de la Causa 13 en el juicio a las Juntas Militares, dejando innumerables muertes, mutilaciones y familias totalmente destruidas. Sus aberrantes delitos no sólo no fueron juzgados todavía, sino que la Justicia mira para el costado cuando los victimarios son montoneros o erpianos. Hoy se cumplen 33 años del 24 de marzo de 1976 y nos dicen que se trata del día de la "memoria por la verdad y la justicia". Quisiera destacar que a mí y a quienes somos víctimas del terrorismo subversivo, no nos asiste ninguna memoria, pues nuestros gobernantes no sólo no nos recuerdan, sino que se han encargado de que la sociedad en general nos olvide; no nos asiste verdad, pues somos aquella parte oculta de la historia que pocos se atreven a contar; y por último, no nos asiste justicia, pues los asesinos de mi padre y de más de un millar de argentinos están libres por las calles.
Mónica Beatriz Bevione
No hay comentarios.:
Publicar un comentario