miércoles, 18 de noviembre de 2015

CARTA ENTREGADA A LOS OBISPOS DURANTE LA CONFERENCIA EPISCOPAL
A SUS EXCELENCIAS REVERENDÍSIMAS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ARGENTINA.
                  
Hace aproximadamente un año, en este mismo lugar, representantes de la Asociación de Familiares y Amigos de los Presos Políticos de Argentina, les hacíamos llegar un documento donde le pedíamos a nuestra Madre Iglesia que nos ayudara a encontrar caminos de concordia y reconciliación entre los argentinos.
Desesperados por el sufrimiento de tanta persecución disfrazada de justicia, acudimos a pedirles por nuestros familiares y amigos, para que nuestros nietos recuperen pronto a sus abuelos, detenidos por una barbarie jurídica que atropella todo vestigio de legalidad.
También queremos agradecerles por su recibimiento, su trabajo silencioso, su contención y su mirada materna. Sabíamos, y sabemos, que estamos tocando temas muy sensibles y controvertidos. Somos conscientes de que existen resabios de la locura setentista de la que no podemos abstraernos.
El “Fuimos Todos” del Tata Yofre reclama nuestras conciencias. El tema desata pasiones, recuerdos dolorosos y vuelve a generar posiciones encontradas de las que nos cuesta escapar.
No somos ajenos a esta confrontación. En el calor de la disputa nos cuesta aceptar el dolor legítimo del otro, de los que perdieron a sus seres queridos ocupando la trinchera enemiga en aquella triste y bárbara guerra fratricida.
La persecución indiscriminada de solo un actor de la contienda siembra el germen de una nueva confrontación. Al grito de “genocidas imperialistas” les respondemos con el epíteto de” terroristas apátridas”, sin tomar conciencia de que, sin quererlo,  volvemos a repetir los mismos conceptos que nos llevaron a la tragedia de los 70.
No queremos que nuestros hijos revivan la historia. No queremos continuar presos de un odio que carcome los cimientos de nuestra hermandad ciudadana. Necesitamos encontrar un camino de concordia que nos permita comprender al otro sin estigmatizarlo. No podemos darnos el lujo de volver a cometer los mismos errores.
En estos largos años de lucha por la libertad de nuestros familiares y amigos aprendimos mucho. Y crecimos, y maduramos en el sufrimiento. Nuestra lógica parcialidad se supo nutrir de otros sufrimientos que nos ayudaron a encontrar el equilibrio.
Los testimonios de montoneros combatientes como Luis Labraña o Héctor Leis nos ayudaron a comprender la mirada del “otro”. Aprendimos a entender las razones equivocadas que los llevaron a las armas. Y entendimos el papel de la sociedad toda que los puso en esa encrucijada. Dejamos de verlos como el enemigo, y pudimos aceptar que se trataba de personas equivocadas.
Cuando escuchamos el testimonio de la militante montonera Luján Bertella, detenida y torturada en la ESMA, siendo poco más que una niña adolescente, aprendimos a aceptar el sufrimiento del otro, el de sus familiares, el de sus amigos, tomando conciencia de la complejidad de la tragedia.
Y descubrimos que el dolor y el sufrimiento no tienen ideología ni clase social. El dolor y el sufrimiento no son patrimonio de la derecha o de la izquierda, ni de los ricos, ni de los pobres. El dolor y el sufrimiento son parte de la condición humana. Y es trabajo de todo hombre tratar de mitigar o sublimar el dolor, como ya lo hizo Nuestro Señor Jesucristo desde la cruz.
Cuando vivenciamos y valoramos el dolor humano en su plenitud tomamos conciencia de la barbaridad de la guerra. Entendemos que el sufrimiento de Cristina de Viola, a quien le asesinaron a su marido y a su hijita de tres años, es tan dramático como el de la señora Graciela Fernández Meijide, a quien le arrebataron y desaparecieron a su hijo de 17.
En la locura de los 70 no hubo buenos y malos. No se trataba de santos y pecadores enfrentados en una trinchera. Los ángeles y los demonios estaban en el cuerpo de una sociedad enferma, enceguecida por el odio, que no supo encontrar soluciones humanas a los problemas de la época.
Si bien ambos contendientes se consideraban a sí mismos los salvadores de la patria, no fueron más que el espectro viviente del veneno del odio que se cocinaba en todos los estamentos de la sociedad.
Por eso no es justo, ni mucho menos saludable, que la responsabilidad de la tragedia sea atribuida exclusivamente a quienes el destino puso en las instituciones armadas de aquella época. Ellos no fueron los ángeles de aquella locura, pero tampoco fueron los demonios. No fueron los únicos, ni muchos menos los principales responsables de la tragedia.
Excelencias Reverendísimas: Pensamos que justicia y pacificación son cosas distintas y excluyentes. Cuando se puede hacer justicia, no hay necesidad de pacificación. Pero cuando la sociedad toda es responsable, la justicia ya no es posible, y la pacificación es la única alternativa para prevenir una nueva tragedia.
Pensamos que el germen de cambio que se avizora en el país debería incluir un desarmado de la trama del odio y de la venganza que se ha instaurado desde el poder sobre nuestros familiares y amigos.
Y pensamos también que ustedes, por el llamado de Nuestro Señor Jesucristo, en este Jubileo de la Misericordia que se avecina, tienen la oportunidad de continuar profundizando en los corazones de sus fieles, ese llamado interior a la reconciliación, que nos permita volver a vivir y sentir como argentinos, miembros de una misma comunidad.

Buenos Aires, 09 de Noviembre del 2015

María Cecilia Pando
  Presidente de AFyAPPA        
 
 


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