(Para el Informador Público)
Se supo extraoficialmente que ha sido removido el busto del Comisario Alberto Villar, que se alzaba en el patio de honor del Departamento Central de Policía.
También fueron retiradas de las comisarías, las placas de homenaje a los policías víctimas del terrorismo.
Pese a los insistentes comentarios del periodismo, el gobierno calla y otorga.
Aunque este gobierno ha derogado mi capacidad de asombro y en contra lo que aconseja la estrategia del más elemental manual de guerra, acuso el golpe. Debo admitir que me dolió.
Soy hija de un comisario, nací en el Churruca. Allí fallecieron mi papá y mi abuelo. Aunque no soy policía, me siento parte de la familia policial y cada vez que se la ataca, siento el golpe en lo personal.
Después de ver desfallecer en las mazmorras del régimen a más de mil hombres, presos políticos, creí que ya nada podría conmoverme pero la artera maniobra de hacer desaparecer, una vez más, a las víctimas del terrorismo es demasiado.
Con la clandestinidad de lo que avergüenza, retiraron los homenajes de víctimas que les molestan, porque les recuerdan su origen violento, su violencia latente sólo sostenida por el temor de volver a perder una guerra.
Clandestinamente, a hurtadillas, como ladrones de placas en cualquier plaza pública, esconden su pasado asesino.
La palabra hurto viene del latín “furtum” que significa furtivo y esa es la forma en que hicieron desaparecer las placas que la Nación le rinde a sus mártires. En su descabellada empresa de reinventarse, desaparecen pruebas de la guerra perdida que ellos mismos empezaron.
No hubo ceremonia, no hubo un “general banquito”, no existieron anuncios. Silencio.
Los ladrones de placas del departamento Central de Policía y de las 53 comisarías de Buenos Aires se alzaron con el botín, todo un país boquiabierto que no atina a despertar.
Existen homenajes que los ladrones de todo no pueden hurtar, los que llevamos clavados en el corazón.
Personalmente, quiero recordar a la víctima del terrorismo más cercana a mí: El Comisario Guillermo Pavón.
Era amigo de mi padre y venía frecuentemente a mi casa cuando era chica, lo recuerdo como un hombre gigante. Repasando fotos de felicidades antiguas, noto que era obeso, su peso lo agobiaba. Por su brillante carrera, la Policía Federal evitó darle el retiro, enviándolo a un destino calmo que pudiera sobrellevar su salud, era Jefe de Protocolo y Ceremonial de la Policía Federal Argentina.
Fue un hombre bueno, inofensivo, entregaba coronas de flores en nombre de la Policía Federal a los deudos de los policías caídos en cumplimiento del deber, asistía a los funerales, organizaba las entregas de medallas.
Una mañana, al salir de su casa una ráfaga de ametralladora lo partió en dos.
El ERP se atribuyó el atentado.
Estaban construyendo un mundo mejor y para ello era preciso matar a un buen tipo.
La realidad es que algún trepador pagó su ascenso dentro de la guerrilla o alguna chica fácil quiso probarle al grupo que debía ser tomada más en serio, quién sabe cómo fue y ahora, a quién le importa. En esa época, todos creímos que el comunismo sería el futuro ominoso del mundo y los advenedizos no querían quedarse afuera.
Por la parte que me toca, como miembro de este país enfermo, les pido perdón a las víctimas del terrorismo. Ellos sabrán comprender desde el cielo este pequeño lapso de tiempo en que su homenaje fue borrado por un gobierno que pronto huirá de la misma forma en que los ladrones huyen cuando los persigue la policía.
Dra. Andrea Palomas-
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