Es horrible lo que le está sucediendo a Baltasar Garzón. Me cuesta conciliar el sueño cuando pienso en su desasosiego. Van a juzgarlo y no le gustan los magistrados encargados de hacerlo. Y claro, Garzón los recusa. Creo que ya suman diez los magistrados recusados por Garzón. Y a este paso, si le siguen imponiendo magistrados que no son de su agrado y aprecio, recusará a veinte, a treinta o a un centenar de ellos. La culpa no es de Garzón, sino de nuestro sistema judicial. En España no hay magistrados lo suficientemente dignos para juzgar a un benefactor de la humanidad.
Los benefactores de la humanidad son así. A Garzón sólo lo puede juzgar Dios, y también Dios puede ser recusado porque Garzón se mueve por los predios del laicismo. Y todo por hacerle daño. ¿Qué importa que haya presumiblemente prevaricado? ¿Qué importa que haya ordenado grabar ilegalmente unas charlitas entre sus empapelados y sus correspondientes abogados? ¿Qué importa que haya pedido a las principales empresas de España en amabilísimas cartas con membrete de la Audiencia Nacional dinero para financiar sus cursos en Nueva York? ¿Acaso saben los paletos de por aquí lo que cuesta vivir en Nueva York con una hija? Trescientos mil euros por aquí, doscientos mil euros por acá, cien mil por allí, ciento cincuenta mil por acullá… Normal y lógico. Para algo es el defensor mundial de las causas justas, el futuro Nobel de la Paz, el heredero directo de la pasión de los de la ceja, que Zapatero ya no les apasiona tanto. ¿Cómo van a juzgar en España a Garzón si hasta Luppi y Diego Botto –sin olvidar a Carmen Machi y Pilar Bardem–, le han expresado su inquebrantable adhesión? Baltasar Garzón, nos guste o no, es diferente y no puede ser tratado como un imputado más. El Tribunal Supremo tiene la obligación de saber las circunstancias especiales que rodean a este héroe de la humanidad, siempre modesto, siempre discreto, siempre dispuesto a hacer el bien sin alharacas. Lo que sucede es que la mayoría de los magistrados del Tribunal Supremo le tienen gato, sienten envidia, porque a ellos no los reclaman de Nueva York para que ofrezcan su menguada sabiduría. Y si lo hacen, les dicen que se paguen el billete y que se busquen la vida, y los magistrados, por muy del Supremo que sean, no pueden costearse una estimable temporada en Manhattan, que caray lo caro que está Manhattan.
Y entonces se reúnen y cargan contra Garzón, que no tiene culpa de nada, y Garzón se enfada y recusa. Tú, tú, tú, tú, y tú –así hasta diez–, no me juzgáis porque tararí que os vi, que yo no soy como vosotros, pobre gente, sino un benefactor de la Justicia, de la Paz y de la Igualdad en el mundo.
Víctima indefensa de una sociedad cotilla y envidiosa. El nuevo «Robin Hood» justiciero y modesto. A ver, que levante la mano el que esté libre de culpas. ¿Que diez magistrados la levantan? Pues que se les recuse, y que aprendan que Baltasar Garzón no es un ciudadano más, sino un dirigente distinguido, una referencia moral que no puede ser humillada en un banquillo de acusados. Vamos hombre, vamos hombre. Y para colmo, tres procedimientos contra él. Indignante.
Garzón tiene todo el derecho a ser declarado inocente con anterioridad a sus juicios, siempre que éstos puedan celebrarse con el número de magistrados reglamentado. Y a Garzón no se le puede investigar si tiene cuentitas corrientes en un sitio u otro, porque eso es una ordinariez y una falta de confianza en una personalidad que vuela, por méritos propios, por encima del bien, del mal y los rascacielos de Nueva York.
Horacio Ricardo Palma
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