Han pasado 23 días desde que familiares de camaradas ilegalmente detenidos iniciaran su acampe frente al Ministerio de Defensa. Días cargados de tensiones y de problemas. La lluvia, el frío, el viento y las presiones pusieron a prueba el temple y el amor de estas mujeres y jóvenes por sus seres queridos. Pero persistieron a pesar de todo, dándonos un ejemplo de tenacidad y de fortaleza que nos llena de vergüenza a quienes seguimos navegando en las pequeñeces y los cálculos mezquinos.
Te pedía días atrás que comprendieras su reclamo. Y hoy quiero agradecer públicamente el respeto y el apoyo silencioso que la inmensa mayoría le supo dar a estas valientes mujeres. No esperaba otra cosa. Supiste comprender que se trataba de señoras de camaradas que reclamaban tu ayuda y tu contención. En nombre de ellas y de tus compañeros detenidos te lo agradezco de todo corazón.
Te decía oportunamente que tus camaradas están detenidos por haber combatido al terrorismo marxista. Que están presos por haber cumplimentado las órdenes que oportunamente recibían por la cadena de mandos. Te decía que ellos no eligieron entrar en guerra. Que les tocó participar de un conflicto armado en cumplimiento de sus obligaciones, al igual que hoy te toca a vos participar en misiones de apoyo a la comunidad o en operaciones de mantenimiento de la paz. Te decía que nadie les preguntó si querían o no querían participar en la contienda. Te decía que su accionar se dio en el marco de la respuesta institucional. Que no existió ninguna asociación ilícita.
Y algunos hechos sucedidos en estos días permiten pintar acabadamente la naturaleza de nuestro reclamo, al diferenciar acabadamente las responsabilidades de quienes obedecen y de quienes imparten las órdenes. El día 24 de setiembre en horas de la madrugada, el Jefe de un elemento de inteligencia, siguiendo órdenes del General Milani, condujo un operativo fallido de ruptura de una manifestación pacífica mediante el robo de la cartelería de los manifestantes. El 1ro de Octubre le tocó el turno a un teniente coronel del Cuartel General. La orden era terminante. A las 11 de la mañana ya no tenían que estar las pancartas que recordaban el pasado imperfecto de la Ministro de Defensa. Llegaba una comitiva de italianos y no había tiempo para la negociación. Había que sacarlos por la fuerza, a cualquier precio.
Ni el coronel, ni el teniente coronel, y mucho menos sus subordinados, tuvieron tiempo para analizar las consecuencias de las acciones que debían emprender. Su misión era clara. Pensaron que seguramente sus superiores habían considerado detalladamente las distintas opciones. Si la orden venía por la cadena de mandos había que cumplirla. Aunque no se la comprendiera acabadamente, aunque despertara sensaciones encontradas, aunque en una primera mirada parecía que constituía un error. No había tiempo para seguir analizando el asunto. Había que actuar y actuaron. Se trataba del principio sagrado de la obediencia. De la esencia de la vocación militar. Los que impartieron las órdenes se harían cargo de las consecuencias no deseadas de los hechos. Era lógico que así fuera… para el soldado esto resultaba de sentido común. ¿A quién se le puede ocurrir que el coronel de inteligencia decidió abandonar su casa a las tres de la mañana para divertirse robando un cartel de los manifestantes o que el Teniente Coronel decidió por si mismo empujar y arrastrar por el piso a esposas de camaradas? No estamos hablando de la asociación ilícita de un coronel o de un teniente coronel con sus subordinados. Se trata de la respuesta institucional del Ministerio de Defensa a una manifestación que molestaba a la titular del organismo. Resulta tan claro… tan evidente por sí mismo que no requiere de ninguna explicación.
Si las acciones emprendidas por los subordinados resultan ilegales, surge con naturalidad que la responsabilidad debe ser asumida íntegramente por quienes tomaron las decisiones. Ellos y sólo ellos tuvieron a su alcance los medios de asesoramiento y la información requerida para fundamentar sus resoluciones. Es la esencia del empleo del poder militar. Si llamados por la justicia, el coronel y el teniente coronel fueran procesados por los hechos. ¿Podría el ejército permanecer en silencio como si se tratara de un delito cometido por un particular? ¿Sería lógico que el soldado, el cabo o el teniente que operaron en forma directa fueran penados con más rigor que el general Milani o que la propia Ministro de Defensa? Seguramente para todos esto sería una terrible injusticia, porque la institución debería responder por las acciones desarrolladas por los soldados en el cumplimiento de sus órdenes.
Y esta es la razón por la cual nos encontramos acampando en este lugar. Porque los familiares y amigos de estas señoras están siendo juzgados por hechos desarrollados en cumplimiento de órdenes que llegaban por la cadena de mandos, en el marco de una guerra contra fuerzas irregulares que apelaban al terrorismo como técnica de combate para la toma del poder. Hoy son los altos mandos del ejército los que tienen la responsabilidad indelegable de aclarar en los estrados judiciales y en la opinión pública la esencia de lo castrense. Esa es la primera y más importante responsabilidad que tienen los mandos en el tiempo presente. Y esa es la razón por la cual hemos permanecido todos estos días al frente del Ministerio de Defensa.
Pero no todo fue color de rosa en estas agotadoras jornadas. En la guerra de las banderitas se vivieron situaciones que denigraron a todos los que participamos en ella. El momento más dramático se vivió el pasado 6 de octubre en horas de mediodía. Se conmemoraba el día del marítimo y la presencia de invitados exigía que los carteles de la discordia fueran quitados del lugar. Con protección policial, un grupo de soldados, en un rápido operativo arrancó los carteles y se dio a la fuga. La imagen que quedó grabada en mi retina fue escandalosa. Y algo se quebró en mi interior. Vi a soldados del glorioso Ejército Argentino corriendo como ratas después de haber cometido una fechoría. Vi a esposas e hijos de camaradas transformados en fieras que descargaban su furia sobre los pobres infelices que habían recibido la misión de salvar el discutible honor de una ministra ebria de resentimiento. Me vi a mi mismo profiriendo insultos a camaradas y adoptando actitudes impropias de un hombre con vocación de soldado. Todo bajo la atenta y divertida mirada de personal policial, que no terminaba de creer lo bajo que habíamos caído.
Imaginé también, desde lo alto, a Nilda Garré, junto a Bernetti y Forti sonriendo burlonamente por haber logrado su objetivo. Querían desnaturalizar a las Fuerzas Armadas y lo habían conseguido. Habían logrado transformar a nuestro querido ejército en una asociación ilícita de rateros organizados.
Y yo fui parte de esta tristísima conversión. Contribuí, sin quererlo, a hacer de un soldado un ratero despreciable. Por eso pido públicamente disculpas a los oficiales jefes, a los oficiales subalternos, a los suboficiales y a la tropa, que involuntariamente se vieron arrastrados a esa vil maniobra, impropia de soldados de la estirpe de San Martín. Pero si este oscuro y desconocido Mayor se siente responsable de lo sucedido, no quisiera ponerme en la piel de quien o quienes impartieron las órdenes de empeñamiento, porque ellos si son directamente responsables de haber denigrado la imagen del glorioso Ejercito Argentino. Si nuestro Gran Capitán volviera a la vida, no dudo que amonestaría severamente a este mal servidor, pero tampoco tengo ninguna duda de que echaría a patadas de su Estado Mayor a quien hubiera ordenado acciones tan contrapuestas al honor militar.
Muchas Gracias.
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