CARTA ENTREGADA A LOS OBISPOS DURANTE LA CONFERENCIA EPISCOPAL
A SUS EXCELENCIAS REVERENDÍSIMAS
MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ARGENTINA.
Hace aproximadamente un año, en este mismo lugar, representantes de la
Asociación de Familiares y Amigos de los Presos Políticos de Argentina, les
hacíamos llegar un documento donde le pedíamos a nuestra Madre Iglesia que nos
ayudara a encontrar caminos de concordia y reconciliación entre los argentinos.
Desesperados por el sufrimiento de tanta persecución disfrazada de justicia,
acudimos a pedirles por nuestros familiares y amigos, para que nuestros nietos
recuperen pronto a sus abuelos, detenidos por una barbarie jurídica que
atropella todo vestigio de legalidad.
También queremos agradecerles por su recibimiento, su trabajo silencioso,
su contención y su mirada materna. Sabíamos, y sabemos, que estamos tocando
temas muy sensibles y controvertidos. Somos conscientes de que existen resabios
de la locura setentista de la que no podemos abstraernos.
El “Fuimos Todos” del Tata Yofre reclama nuestras conciencias. El tema
desata pasiones, recuerdos dolorosos y vuelve a generar posiciones encontradas
de las que nos cuesta escapar.
No somos ajenos a esta confrontación. En el calor de la disputa nos cuesta
aceptar el dolor legítimo del otro, de los que perdieron a sus seres queridos ocupando
la trinchera enemiga en aquella triste y bárbara guerra fratricida.
La persecución indiscriminada de solo un actor de la contienda siembra el
germen de una nueva confrontación. Al grito de “genocidas imperialistas” les
respondemos con el epíteto de” terroristas apátridas”, sin tomar conciencia de
que, sin quererlo, volvemos a repetir
los mismos conceptos que nos llevaron a la tragedia de los 70.
No queremos que nuestros hijos revivan la historia. No queremos continuar
presos de un odio que carcome los cimientos de nuestra hermandad ciudadana. Necesitamos
encontrar un camino de concordia que nos permita comprender al otro sin
estigmatizarlo. No podemos darnos el lujo de volver a cometer los mismos
errores.
En estos largos años de lucha por la libertad de nuestros familiares y
amigos aprendimos mucho. Y crecimos, y maduramos en el sufrimiento. Nuestra
lógica parcialidad se supo nutrir de otros sufrimientos que nos ayudaron a
encontrar el equilibrio.
Los testimonios de montoneros combatientes como Luis
Labraña o Héctor Leis nos ayudaron a comprender la mirada del “otro”.
Aprendimos a entender las razones equivocadas que los llevaron a las armas. Y
entendimos el papel de la sociedad toda que los puso en esa encrucijada. Dejamos
de verlos como el enemigo, y pudimos aceptar que se trataba de personas
equivocadas.
Cuando escuchamos el testimonio de la militante montonera Luján Bertella,
detenida y torturada en la ESMA, siendo poco más que una niña adolescente,
aprendimos a aceptar el sufrimiento del otro, el de sus familiares, el de sus
amigos, tomando conciencia de la complejidad de la tragedia.
Y descubrimos que el dolor y el sufrimiento no tienen ideología ni clase
social. El dolor y el sufrimiento no son patrimonio de la derecha o de la
izquierda, ni de los ricos, ni de los pobres. El dolor y el sufrimiento son
parte de la condición humana. Y es trabajo de todo hombre tratar de mitigar o
sublimar el dolor, como ya lo hizo Nuestro Señor Jesucristo desde la cruz.
Cuando vivenciamos y valoramos el dolor humano en su plenitud tomamos
conciencia de la barbaridad de la guerra. Entendemos que el sufrimiento de
Cristina de Viola, a quien le asesinaron a su marido y a su hijita de tres
años, es tan dramático como el de la señora Graciela
Fernández Meijide, a quien le arrebataron y desaparecieron a su hijo de 17.
En la locura de los 70 no hubo buenos y malos. No se trataba de santos y
pecadores enfrentados en una trinchera. Los ángeles y los demonios estaban en
el cuerpo de una sociedad enferma, enceguecida por el odio, que no supo
encontrar soluciones humanas a los problemas de la época.
Si bien ambos contendientes se consideraban a sí mismos los salvadores de
la patria, no fueron más que el espectro viviente del veneno del odio que se
cocinaba en todos los estamentos de la sociedad.
Por eso no es justo, ni mucho menos saludable, que la responsabilidad de la
tragedia sea atribuida exclusivamente a quienes el destino puso en las
instituciones armadas de aquella época. Ellos no fueron los ángeles de aquella
locura, pero tampoco fueron los demonios. No fueron los únicos, ni muchos menos
los principales responsables de la tragedia.
Excelencias Reverendísimas: Pensamos que justicia y pacificación son cosas
distintas y excluyentes. Cuando se puede hacer justicia, no hay necesidad de
pacificación. Pero cuando la sociedad toda es responsable, la justicia ya no es
posible, y la pacificación es la única alternativa para prevenir una nueva
tragedia.
Pensamos que el germen de cambio que se avizora en el país debería incluir
un desarmado de la trama del odio y de la venganza que se ha instaurado desde
el poder sobre nuestros familiares y amigos.
Y pensamos también que ustedes, por el llamado de Nuestro Señor Jesucristo,
en este Jubileo de la Misericordia que se avecina, tienen la oportunidad de
continuar profundizando en los corazones de sus fieles, ese llamado interior a
la reconciliación, que nos permita volver a vivir y sentir como argentinos,
miembros de una misma comunidad.
Buenos Aires, 09 de Noviembre del 2015
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